Al
principio todos somos una isla, una isla en movimiento sobre el mar de la
irrealidad, una isla dentro de la inexistencia. Después, una isla que empieza,
crece y emerge, dentro de un útero. Sin voz ni voto pero tan importante como la
vida misma. La isla sale a la luz, y todas sus posesiones y su memoria hasta el
momento desaparecen tras el cierre del útero, quedan allí encerradas para
sumergirse en el mar y borrar su recuerdo. Y a la luz, la isla se tiñe de
color, de calidez, de emoción, para así crear una base sobre la que pueda
flotar el resto de su vida. Tras acabar esa base, todo queda poco a poco enterrado bajo la nostalgia,
la infelicidad, la avaricia y el blanco y el negro; estos cinco arquitectos del
desarrollo maduro borran toda la memoria de la base dejando sólo la parte
inconsciente, para así crear un mundo donde las islas se deben peninsularizar y
el mar se tiñe de cemento, para perder la independencia y crecer (todos juntos e igual de sonrientes) bajo la oscuridad de la muerte y el miedo a la incertidumbre, a la necesidad y
el tiempo. Todo lo demás, se esconde detrás de los muros de lo vano y lo
mundano, todo se clasifica por edad y las islas se organizan por la altura de
las copas de sus árboles. Todas las islas se deben clasificar porque todas deben tener el sitio que creemos que se merecen y todos nos debemos COMPARAR porque tenemos que saber cómo clasificarnos. Muy bien ser racional, chapó.
Aun así, al igual que los cimientos bajo el océano,
la memoria del útero, de la base, sigue en lo más profundo de la isla, en ese
rincón al que no llega nada del mundo real, ese rincón donde se esconden todas
aquellas cosas que se enterraron a
fuerza del peso de todas las demás que las empujaban, ellas bajaron y bajaron
hasta allí, tocaron fondo y quedaron sepultadas. Aunque no se vea y nadie la
pueda utilizar conscientemente, esa memoria escondida es la encargada de
sacarnos adelante en nuestra sufrida vida a nuestro lado del muro, ella nos
impulsa a cada paso y nos disturba la vista, nos pone imágenes maravillosas
donde sean necesarias y nos acaricia el cuerpo cuando somos débiles. Esa base,
nos enseña esos instantes, esos destellos de realidad de los que todas las
penínsulas se hacen más y más adictas, porque curiosamente, lo único que recordamos
de aquel tiempo en el que éramos base, alegre y energética, es un único y enorme sentimiento de
estar vivos, más vivos que nunca. Y ahora, de espaldas a los patios del recreo,
creemos que nos conocemos, creemos que cada uno somos un mundo, una
personalidad creciente, cuando lo único que tenemos son capas y putas capas de
fotos de nosotros mismos que pegamos sobre el muro para no verlo CRUDO y DESNUDO, porque no entendemos ninguno de los dos conceptos, y eso nos produce patologías. ¿El punto de metamorfosis? El
mismo momento en el que desarrollamos el miedo al tiempo. A la perdida. A la soledad. Al prejuicio. A no aceptar el juicio propio. A la dualidad del amor.
Sería bello, observar por un momento la
inversión de todo el proceso, meter todas las capas superiores a la base, las
copas de los árboles, las fronteras terrestres, el cemento y la memoria consciente,
todas dentro del útero. Y entonces, con el primer rayo de sol, tras su cierre,
todo esto quedaría sepultado en el olvido. Del útero saldría una isla con
semejante barullo mental que lloraría durante meses o años por no hallar
ninguna respuesta a todas las preguntas que tenía dentro, pero poco a poco,
quizá dejaría de buscar respuestas, quizá ni necesitaría sentirse parte de un
muro con fotos y no enterraría nada porque ningún sentimiento le hace esclavo
del tiempo. Quizá nada fuera así y se crearía el peor de los monstruos, quizá
simplemente seriamos perros de pie.
PD: Todo ha venido por empezar a pensar porque nuestro cerebro decide borrar la mayoría los recuerdos de nuestra temprana infancia. Espero no haber molestado a nadie, era sólo
una idea,
y todo es sólo un truco.
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