jueves, 23 de octubre de 2014

CBVP

Aquello que tenía enfrente lo poseía, tal cual se movía, él se balanceaba en su silla, tal cual se levantaba, él lo seguía, tal cual se tocaba, él se estremecía de placer, tal cual se giraba, él miraba hacía otro lado un instante y disimulaba y tal cual un segundo de tiempo cortaba su respiración él volvía a fijar sus ojos. Tal era la armonía de sus movimiento y la dejadez de sus gestos, tal era la sinuosidad de sus formas, tal era su parecido y tal era su diferencia que tal  erotismo clavado en su cabeza lo alarmaba,  algo parecía empezar a traicionarle en lo más hondo de sus sentimientos. Olía a paranoia. Pero también olía a caos, brutalidad, violencia y placer. 

Aquello que tenía enfrente no era poesía, no era amor, no era deseo ni pasión. Era el interruptor de cientos y cientos de conductos y tuberías invisibles, pero intuibles, que esperaban  suspendidas sobre mi cabeza para volverlo todo al revés y hacerme sentir, enloquecer y sufrir. Ellas esperan y esperan todo lo que halla que esperar si sabes no pensar, si sabes ser lo que tienes que ser ahora mismo y en este lugar, si eres capaz de todo eso seguirás adelante y olera a rosas y buenaventura. Pero para los que somos tan desequilibrados de enamorarnos de una piedra y mandar todo a la mierda, para los que inventamos películas sin ni siquiera tener malas razones, para nosotros, hay un hilo tan fino que separa la resistencia y el muelle de ese interruptor que pensar o no pensar no entra dentro de nuestros planes. Quizá tengamos miedo a aburrirnos y no ser capaces de solucionarlo, quizá nuestra única opción sea una.

 Entrar de cabeza en el caos, caer brutalmente golpeados, violentamente abrazarlo después y al final, amarte a ti mismo por haberlo solucionado.



















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