El paso
primero
debe ser firme. Levantar la cabeza, apuntar en dirección al objetivo y empezar
a caminar. Al segundo paso la decisión reinará en tu mente, al tercero
verás un método y al cuarto un buen resultado final tras
sus doctrinas. Al quinto paso temblará tu pierna derecha, la primera en torcerse
seguida de la izquierda, para avanzar un sexto en el que la duda asaltará
levemente tu cabeza. El séptimo paso la derribará
momentáneamente, pero ya con la cabeza enfocando el suelo el éxito futuro empieza
a oler a relativo. Antes de que te des cuenta llega el octavo, cara a cara con
el objetivo, la mirada tiembla y la desidia desliza torpemente tus pies. Quizá
no sea el momento, quizá lo sea pero no hay sentido en forzarlo. El miedo al
fracaso extiende su venda y cierta falsa seguridad te dice que el éxito sólo era
un cuento en tu cabeza. Justo antes de apoyar el pie otra vez, el plan cambia
totalmente hacia la huida, al no mojarse, a no jugar a cosas en las que no
sabes si ganarás, y ese nuevo plan parece muy seguro. Por un segundo palideces,
admites para ti mismo haber sabido que aquella seguridad era falsa desde el
principio, todo lo que la justifica son simples mentiras en tu cabeza. Al noveno
paso tu boca se sella y tu inseguridad reina, pues sólo queda un mirada aún con
media venda izada, una mirada de largura no acotada con un pequeño brillo de
veracidad que todo lo dice ya que es la única que nunca se acobardó. La
oportunidad pasa, al fin y al cabo esa mirada es incapaz de sujetar nada. El décimo
paso es darte la vuelta y alicaído volver a hacer tu camino hacia ningún sitio,
avergonzado de tu madurez, de tu escasa energía, de tu cobardía. Nunca
desesperanzado. Tras un leve llanto mudo, caminas barajando virtualmente de nuevo los pasos para la próxima vez.
Porque en nuestra cabeza todos somos a priori
grandes valientes.
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario