miércoles, 30 de abril de 2014

Blanco y Negro

Las nubes arriba y despacio viene a mí aquel día. Las nubes arriba y despacio a por tabaco.
Suave lluvia que permite hacer tiempo, al momento, el momento de placer anterior y posterior al momento justo de la explosión. Todo el poder que guardan los guantes intranquilos apoyados sobre las cañerías de cobre, asustados, por la inmensidad del mar blanco, de los puentes negros. Se abre la montaña empujada por las placas ardiendo, bajo la rugosa superficie se respira cada vez más rápido y el pequeño volcán se levanta ante ti abriéndose a cada bocanada cuando las guardianas gemelas piden su parte. Si quieres romper el negro, salir volando a ras de su piel para esa primera vez, en la que pisas nuevo barro y nueva nieve, cruzar el puente negro y mirar fijamente a los ojos del túnel, tus pulmones dilatados al viento de los grandes y flacos valles.

Allí dos, aquí “la vie en rose”,  ayer un sueño y en ninguna parte el risueño paraíso, yo entones, su dueño, y ahora nostálgico y pequeño:


   Alzo el recuerdo
   actualmente pintado de infravalorado,
   por nuestro voraz corazón cuerdo
   por nuestro dulce cerebro alienado, 
   entre prisa por avanzar,
   y parpados cerrados, 

porque en aquel momento cuando la realidad es infinitamente superior a la imaginación, ese instante quieto ante el umbral, llega lo más profundo, cae tu última barrera y el telón es derribado. Yace en el suelo ante un cielo cubierto de estrellas blancas. Cuando te encuentras ya dentro, al final del camino, sin sentido del control ni del conocimiento, desaparece el frío, donde acaba el río y se abre el mar, en unos ojos abiertos y esos ojos atados a tu nariz, al perfil del altar de los dioses. Sobre el tapiz cuatro picos en penumbra, y una vela adelante y atrás moviendo la fuerza de la libertad. Entonces tras la praxis, el éxtasis. Tras él, queda una sonrisa y un recuerdo, queda el fuego, otra vez bailando sobre blanco y negro.









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