Las
nubes arriba y despacio viene a mí aquel día. Las nubes arriba y despacio a por
tabaco.
Suave
lluvia que permite hacer tiempo, al momento, el momento de placer anterior y
posterior al momento justo de la explosión. Todo el poder que guardan los
guantes intranquilos apoyados sobre las cañerías de cobre, asustados, por la
inmensidad del mar blanco, de los puentes negros. Se abre la montaña empujada
por las placas ardiendo, bajo la rugosa superficie se respira cada vez más
rápido y el pequeño volcán se levanta ante ti abriéndose a cada bocanada cuando
las guardianas gemelas piden su parte. Si quieres romper el negro, salir
volando a ras de su piel para esa primera vez, en la que pisas nuevo barro y
nueva nieve, cruzar el puente negro y mirar fijamente a los ojos del túnel, tus
pulmones dilatados al viento de los grandes y flacos valles.
Allí
dos, aquí “la vie en rose”, ayer un
sueño y en ninguna parte el risueño paraíso, yo entones, su dueño, y ahora nostálgico
y pequeño:
Alzo el
recuerdo
actualmente pintado de infravalorado,
por nuestro voraz corazón cuerdo
por nuestro dulce cerebro
alienado,
entre prisa por avanzar,
y parpados cerrados,
porque en aquel momento
cuando la realidad es infinitamente superior a la imaginación, ese instante
quieto ante el umbral, llega lo más profundo, cae tu última barrera y el telón
es derribado. Yace en el suelo ante un cielo cubierto de estrellas blancas. Cuando
te encuentras ya dentro, al final del camino, sin sentido del control ni del
conocimiento, desaparece el frío, donde acaba el río y se abre el mar, en unos
ojos abiertos y esos ojos atados a tu nariz, al perfil del altar de los dioses.
Sobre el tapiz cuatro picos en penumbra, y una vela adelante y atrás moviendo
la fuerza de la libertad. Entonces tras la praxis, el éxtasis. Tras él, queda una
sonrisa y un recuerdo, queda el fuego, otra vez bailando sobre blanco y negro.
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